¡Qué año 2022!

Nada hacía presagiar que este año que termina sería tan convulso, tan manipulador y tan manipulado

Despidamos este 2022 con fuerzas y ánimo para afrontar un nuevo año que esperemos sea más pacífico y conciliador y en el que luchemos contra lo que de verdad importa, que, como casi todo, dependerá del color del cristal con el que lo miremos.

Una mirada esperanzada a 2023 (foto: Iñaki Chaves)

Pero, terminando el año, es hora de hacer balance. Siempre me he preguntado porqué los medios lo publican varios días antes de que acabe y se les quedan hechos por fuera. Porque los años, y más este, tienen ganas de finalizar llamando la atención.

Dos mil veintidós pasará a la historia como uno de los más tensos, cálidos y calientes. A los coletazos de la pandemia provocada por la covid-19 se suman: la invasión de Ucrania por Rusia, cuyas causas se sabrán dentro de veinticinco años y entre cuyos efectos están, además de que gran parte del mundo ha empezado a odiar todo lo ruso y enaltecer lo ucraniano, como si aquellos no tuvieran cosas buenas y estos malas, el incremento de la manipulación informativa, el elevado precio de las energías y de la cesta de la compra; los incendios y todo lo que conllevan en pérdidas humanas y materiales; las condiciones climáticas extremas y fuera de temporada, pese a la COP27 y a todas aquellas lúcidas mentes que siguen negando el cambio climático; los aniversarios trágicos, de la primera vuelta al mundo a la tumba del faraón Tutankamón y todas sus supersticiones, pasando por el “Bloody Sunday” o el canibalismo del pasaje del avión estrellado en los Andes; los tiroteos indiscriminados; la pérdida de derechos y de libertades que, como las temperaturas, va en ascenso; las múltiples violencias, directas y estructurales; los crímenes machistas y los ataques xenófobos y homófobos, o un mundial de fútbol en un país árabe que discrimina por género u opción sexual además de otras deficiencias civiles. Uff… efectivamente, 2022 ha dado para mucho.

También se han constatado algunas certezas, pocas, y otras incertidumbres y flaquezas, muchas, que han cubierto páginas y pantallas de medias verdades y enteras mentiras:

Ucrania ha desplazado cualquier otra noticia de los titulares, ni la pandemia, ni las crisis -económicas, sociales o climáticas-, ni lo malo ni lo bueno -relativo como todo- le han quitado espacio.

El comunismo, además de servir de arma arrojadiza para señalar lo malo, sigue asustando a la población, aunque sea en formato sello de Correos, lo que saca a la luz la bajeza de una sociedad que se espanta frente a lo rojo de las izquierdas, pero traga entero con el azul oscuro casi negro de unas ultraderechas revividas y tan peligrosas y excluyentes como siempre.

Las monarquías continúan haciendo de las suyas y saliendo impunes de sus fechorías. Sí, también hay sujetos sin corona que no pagan por sus desmanes, pero no han heredado un trono vitalicio que les hace inviolables para siempre.

Cien millones de personas desplazadas forzosas suponen un triste récord que parece no empañar el desempeño financiero de las transnacionales exitosas ni el devenir político de las naciones poderosas.

Las protestas sociales para mejorar el mundo en cualquier parte del planeta, desde Colombia y la juntanza en sus primeras líneas a Irán y sus mujeres, que dan sentido a la vida y a la lucha por vivirla dignamente, como Mahsa Amini, asesinada por la policía de la moral por no llevar velo, o Sarasadat Jademalsharieh, ajedrecista que participa en campeonatos sin llevar dicha prenda, pasando por Makota Valdina y su claridad como ser humano descendiente de personas esclavizadas, no esclavas, o Margo Pool, la holandesa de Petín que ha dado vida en la pantalla a esa España vaciada, o tantas heroínas, y algunos héroes, anónimas pero con nombre propio, que siguen luchando por la paz, por la justicia social y por la casa grande, la de todxs.

Desconsolador balance que no hará mella ni cambiará las estrategias económicas o sociales y mucho menos el sistema, que, en el fondo, es el causante de las desgracias. A pesar de todo, sigamos pa´lante, con berraquera y con ganas de vivir, creyendo en lo que quieran creer, pero protegiendo siempre la vida y la poesía, el amor y la amistad. Gracias a la vida que nos da tanto, aunque muchas veces no sepamos apreciarlo.

Sigamos defendiendo la cultura de la vida, de la salud y de la equidad. Ahí, los libros nos serán de gran ayuda:

«Que un libro, aunque compita en el mundo actual con la abundancia y facilidad de las tecnologías de la información, es algo más que una fuente de información.

Que un libro nos enseña lo que le falta a la pura información: un libro nos enseña a extender simultáneamente el entendimiento de nuestra propia persona, el entendimiento del mundo objetivo fuera de nosotros y el entendimiento del mundo social donde se reúnen la ciudad y el ser humano.

El libro nos dice lo que ninguna otra forma de comunicación puede, quiere o alcanza a decir: la integración completa de nuestras facultades de conocernos a nosotros mismos para realizarnos en el mundo, en nuestro yo y en los demás.

El libro nos dice que nuestra vida es un repertorio de posibilidades que transforman el deseo en experiencia y la experiencia en destino.

El libro nos dice que existe el otro, que existen los demás, que nuestra personalidad no se agota en sí misma, sino que se vuelca en la obligación moral de prestarle atención a los demás – que nunca son lo de más.

El libro es la educación de los sentidos a través del lenguaje.

El libro es la amistad tangible, olfativa, táctil, visual que nos abre las puertas de la casa al amor que nos hermana con el mundo, porque compartimos el verbo del mundo.

[…]

Hoy más que nunca, un escritor, un libro y una biblioteca nos dicen: si nosotros no nombramos, nadie nos dará un nombre. Si nosotros no hablamos, el silencio impondrá su oscura soberanía».

(Carlos Fuentes (2003). En esto creo. Barcelona: Seix Barral, pp. 171-172)

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