Tal vez sea la hipocresía del ser humano, pero es difícil seguir diciendo que somos éticos con la deshumanización que nos abofetea cada día
Los hechos gritan y nos enfrentan a una realidad que no queremos ver o preferimos ignorar. Los conceptos se van vaciando de contenido de tanto manosearlos y tan mal usarlos. Paz, postconflicto, derechos humanos, ética.
La primera evidentemente no es posible en términos absolutos, no existe la paz plena igual que, como decía Gandhi, no hay camino para la paz sino que ésta es el camino. Las sociedades son, por suerte diría yo, conflictivas y complejas. Ahí radica su riqueza y su potencialidad.
Pero sí deberíamos mejorar nuestros comportamientos, poner en práctica esa ética a la que tanto apelamos y exigimos a los demás pero no nos la proponemos como conducta a nosotros mismos. Y defender los derechos humanos más allá de los papeles y las declaraciones rimbombantes.
Menos objetivos del milenio, incumplidos en gran parte a pocos meses de su fecha de cierre, no tantas nuevas y loables intenciones, como la agenda post-2015 Objetivos de Desarrollo Sostenible, que se quedarán en nada, papel mojado para limpiar conciencias. Practicamos cada día más aquello de lo que hablaba Lipovetski: “el altruismo indoloro”. Quedar bien con nuestra existencia y frente a los demás haciendo una pequeña buena acción que nos descarga la culpa del alma y nos permite seguir soportando las desgracias y las injusticias.
Nos rasgamos las vestiduras por ciertas cosas, importantes sin duda pero creo que menores, mientras aguantamos verdaderas catástrofes humanitarias y naturales (inducidas en gran parte por el actuar del hombre, si no directamente sí al menos por nuestras acciones u omisiones).
Tiene que recorrer el planeta a través de las redes virtuales una foto de un niño ahogado en una playa para que nos pellizquemos. Pero niñas y niños como él mueren todos los días por hambre, sed o enfermedades. O por intentar, igual que la familia de ese infante, cruzar mares y desiertos para llegar a otra tierra con aparentes más oportunidades pero con verdaderas y mayores exclusiones y discriminaciones.
Les expulsamos de sus territorios “vendiéndoles” las bondades de nuestros países desarrollados pero luego no los dejamos entrar. Les echamos de sus espacios naturales provocando guerras y epidemias para robarles sus riquezas, tal vez pocas pero tentadoras para el occidental, pero no les dejamos siquiera intentar disfrutar de las nuestras, supuestamente mejores. Aunque me pregunto “mejores, ¿en qué y para quién?”. Son las concepciones occidentales, blancas y judeo-cristianas que seguimos planteando como las “normales y justas” para todo el mundo. Nuestros valores materiales y consumistas frente a sus valores humanos ancestrales y sus bienes naturales.
Qué bajo hemos caído en esa pendiente del falso desarrollo en el que lo que menos hay es ética. Ese progreso en el que vale más quien más posee, pero no contamos con el ser humano y el resto de los seres vivos como valores superiores. Matamos la pachamama para alimentar nuestra pacha (indolencia) gorda, fofa y egoísta.
Es difícil promover y defender la ética en un mundo tan deshumanizado en el que nos buscamos cualquier excusa para encontrar un enemigo que justifique la pelea y nos libre de luchar contra el verdadero adversario: nosotros mismos.
Desde los medios y desde la academia, comunicadores y educadores tenemos una gran responsabilidad en desarrollar estrategias para una construcción humanista y ética del ser humano.
Si tenemos que ser primero buenas personas, ciudadanas y ciudadanos comprometidos, responsables y comprensivos de los demás y de sus diferencias, antes que buenos profesionales de lo que sea, debemos trabajar por la enseñanza de los derechos humanos, de la ética como filosofía política para la acción y que ésta sea moralmente justa.
Pero la ética no es tarea preferente en la formación, ni los derechos humanos lo son. Por mucho que apelemos a su Declaración Universal, a los pactos internacionales que la han seguido y a otras convenciones regionales o universales. En Colombia, la nueva Ley 1732 de 2015 obliga a las instituciones educativas a implementar una cátedra de paz y a abrir espacios para la reflexión que permitan una convivencia pacífica, confiando en que así se pueda ir estableciendo una cultura de paz (interesante el artículo de Hoyos Montes en las2orillas, y curioso porque se pregunta cómo enseñar la paz pero él dicta una materia que se llama “felicidad y psicología positiva”).
Esa normatividad, firmada e ignorada, choca con los comportamientos generales que se dan en todo el mundo. En este país, como en muchos otros, lo hace también con la falta de solidaridad y la poca tolerancia, con la delincuencia común, con las guerras encubiertas que enfrentan a distintos actores armados y cuyas violentas acciones (sean de las guerrillas, de los paramilitares o de algunas fuerzas de seguridad del Estado) tienen como principal y no reconocida víctima a la población civil, y con la violencia estructural.
Y también tropieza con una política educativa en la que las humanidades tienen cada vez menos valoración y los organismos de evaluación y medición le siguen apostando a las ciencias duras en detrimento de las sociales y humanísticas.
En cualquier caso, siempre son bienvenidas iniciativas como la que se presentó los pasados días 7 y 8 de septiembre en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá: el Tercer Congreso de Enseñanza de la Ética. En esta ocasión con el subtítulo: ciudadanía, disenso y paz. Evento organizado por siete instituciones educativas colombianas: la Universidad de los Andes, la Corporación Universitaria Minuto de Dios, la Universidad de Ibagué, la Universidad del Rosario, la Universidad ICESI, la Universidad Santo Tomás y la propia Javeriana. Todas ellas esperan seguir cumpliendo ediciones, ampliando el número de universidades presentes en el evento, ya sean del país o del exterior, e incluyendo a colegios públicos y privados para que participen y generalicen la enseñanza de la ética en sus aulas.
Con la intención de proponer un diálogo abierto “entre investigadores, profesores universitarios y de colegio en torno al papel que juegan las instituciones educativas en la formación de competencias éticas y ciudadanas, y al impacto de los programas de formación ética implementados en dichas instituciones”, a lo largo de dos días se concentraron conferencias magistrales, mesas de debate y mesas de trabajo en las que participaron ponentes nacionales e internacionales que, de una u otra manera, se desempeñan profesionalmente alrededor de la enseñanza de la ética.
- Xabier Etxeberría
Inauguró el acto el filósofo Xabier Etxeberría, profesor emérito de Ética en la Universidad de Deusto (Bilbao) y miembro en la misma del Centro de Ética Aplicada, con la conferencia “La participación de las víctimas en la educación cívica en situaciones de transición sociopolítica de la violencia a la paz”. En ella propuso cuatro campos de intervención: educación cívica y ciudadanía, las víctimas como referente central en la educación cívica, la educación cívica de las víctimas en determinados contextos y la educación a partir de las víctimas. Y planteó un mapa de valores de la ciudadanía repartidos en dos triángulos: uno al que llamó clásico y que tendría en uno de sus vértices la libertad y la autonomía, en otro la libertad y la justicia y en el tercero la libertad y la participación. Esta figura estará inmersa en otro triángulo mayor en el que en cada uno de sus ángulos se situarían la interdependencia, el reconocimiento y la responsabilidad.
Hubo dos paneles de discusión, uno sobre “Disenso y pluralismo en las instituciones educativas” y otro sobre “Educación, construcción de paz y disenso”. En este último participaron Sergio de Zubiría, profesor en la Universidad de los Andes; Delfín Grueso, de la Universidad del Valle, y Nelson Rojas, director de Estrategia de Visión Mundial, quienes debatieron alrededor de la ética, la paz y el disenso.
Zubiría criticó a los medios que tras la Cumbre por la Educación informaron sobre ella destacando más lo superficial que los contenidos. Recordó a Walter Benjamin y sus enseñanzas sobre la ética y la moral, y sobrevoló las tesis de Freire, Foucault, Giraux y MacLaren, reivindicando incluir a toda la sociedad en esta tarea de ser éticos para buscar la paz admitiendo el disenso. Señaló también cómo el nuevo imperativo categórico, una vez envejecido el propuesto por Kant, está dictado por el mal, no bajo el mandato de la razón sino de la barbarie. Pidió estar fuera de esa Europa fascista y bárbara que cierra sus fronteras a la gente y reclamó justicia y la búsqueda de otros referentes y de otros horizontes para la paz a través de una educación que problematice los imaginarios; una ciudadanía que reconozca el conflicto; la memoria como justicia (algo que también señalaba el añorado Benjamin); el reconocimiento de las víctimas; el cultivo de las emociones en el contexto, y la formación de un espíritu crítico de consenso. Porque, según él, el disenso tiene virtudes que no están en el consenso. Terminó recordando a Séneca, a las culturas indígenas y ancestrales que aman y cuidan la tierra y solicitándonos que vivamos cada día como si fuera el último de nuestros días.
- De dcha. a izqda. Zubiría, Grueso y Rojas
Delfín Grueso recordó en su intervención que hablar de paz es hablar de educación, que necesitamos individuos implicados con el civismo, porque la ética para la ciudadanía es para la libertad y la igualdad. Solicitó revertir las lógicas bélicas y las identidades generadas por el conflicto, pidiendo que no haya ni héroes ni víctimas, solamente ciudadanos. Ciudadanos empoderados para contrarrestar tanto la fuerza de las armas como el poder del “usted no sabe quién soy yo”. Avisó que lo que se espera de la ética es que asiente la vida en común entre diferentes, para facilitar la convivencia de extraños que si no tienen vínculos solidarios no hacen ni fortalecen la ciudadanía. Se preguntó si la educación puede afianzar la amistad cívica, porque no es una tarea solamente de la escuela y no basta con transmitir contenidos cognitivos, con educar en valores. Requirió la democratización del sistema escolar, mayor inversión en educación pública, convertir la escuela en un escenario más incluyente y que no basta solamente con ser pilo. También demandó el cultivo del espíritu crítico, el disenso en la diversidad y que la paz no sea la puerta giratoria para la guerra.
Nelson Rojas partió desde la experiencia que le confiere sus más de catorce años con el movimiento de gestores de paz, una iniciativa no institucional para reconocer los derechos de la infancia, la adolescencia y la juventud y para construir una verdadera cultura de paz. Población ésta que, en Colombia, tiene que lidiar con el desarraigo, que se ve obligada a vivir de manera distinta y cuyo desafío principal es la supervivencia. Entonces se preguntó: ¿qué es educar para la ciudadanía en ese contexto? Un contexto en el que se interrumpe la lógica de la vida, en el que hay ausencia de la institucionalidad, en el que es difícil llegar a la escuela y en el que se reconfiguran las relaciones sociales y familiares. Educar para la paz tiene otro rostro en esas condiciones. Resaltó el trabajo con seres humanos que asombran por su potencial para crear y producir y planteó que el verdadero reto es la participación para que puedan expresarse, para que puedan pensarse, desde la convivencia.
- E. Chaux
La otra conferencia magistral estuvo a cargo de Enrique Chaux quien, bajo el título “Ciudadanía, disenso y paz en la educación en Colombia”, planteó su propuesta para promover las actitudes éticas ante el reto que genera el conflicto y sus ciclos de violencia. Su planteamiento parte de entablar competencias ciudadanas para la convivencia pacífica a través de mediaciones psicológicas y fomentando el manejo de la ira, la toma de perspectiva, la generación creativa de opciones, la consideración de las consecuencias y la escucha activa. Sus acciones parten de la empatía, la asertividad, y el pensamiento crítico.
Más que de competencias creo que deberíamos hablar de capacidades cívicas, pero mientras le aporten a la construcción de ciudadanía y al reconocimiento de derechos y de otredades no estará mal trabajarlas.
El congreso finalizó con la constitución y el lanzamiento de la red de enseñanza de la ética. Entidad de la que formarán parte las universidades que han organizado el congreso y a la que invitan a sumarse a otras instituciones educativas, públicas o privadas, de enseñanzas básicas, medias o superiores, y a cualquier persona que desde la docencia, la investigación o la acción social se quiera unir a título particular.
- Representantes de las siete universidades organizadoras en la clausura
En la clausura mostraron su disposición a adherirse a la red la Asociación de Facultades de Medicina de Colombia (Ascofame) y la Asociación Colombiana de Facultades de Psicología (Ascofapsi), y una de las asociaciones de víctimas del país. El cuarto congreso de enseñanza de la ética tendrá lugar en 2016 en la Universidad Santo Tomás en Bogotá.
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