Para las guerras, ¡nada!

Para conmemorar y honrar a las víctimas y demandar la paz, el 20 de febrero de 2024 se han realizado, en distintos lugares de Colombia y en algunas ciudades del resto del mundo, actos de duelo colectivo

Esta nota no debería llevar texto, ni una palabra, solamente silencios, como se han silenciado las voces de quienes han sido víctimas mortales de estas guerras tan absurdas en este país teñido de sangre.

Las cajas de la memoria en la plaza de Bolívar de Bogotá (foto: Iñaki Chaves)

En Bogotá, ha sido la plaza de Bolívar, bajo la atenta mirada del prócer desde su pedestal y con testigos que deberían ser claves para salir de esta situación de violencias -el palacio de Justicia, el Congreso de la República, la catedral primada y el palacio Liévano, sede de la alcaldía-, el lugar de concentración elegido para un acto cultural por la vida.

En el suelo de la plaza mil cajas de cartón, cada una con el nombre de una de las personas asesinadas, fungían de memoria individual y colectiva para que no se olviden a los seres humanos ni sus historias, porque en el país ya no caben más muertes violentas ni la explanada alcanza para tantos féretros.

Representantes de los colectivos convocantes, personalidades de la política y la cultura y gentes de la sociedad civil se han concentrado como ciudadanía activa para recordar a las personas asesinadas y para exigir paz sosteniendo cada una un pequeño ramo de claveles blancos entregado por la organización.

Si se pensaba que con la firma de los acuerdos de paz de La Habana en 2016, y después de superar el impasse del plebiscito, iban a desaparecer estos crímenes y se daría inicio a un verdadero proceso de convivencia pacífica y establecimiento de la tan ansiada paz, la realidad está mostrando que no ha sido así.

«Toda muerte debe ser llorada» (foto: Iñaki Chaves)

Solamente en 2023, según datos de Indepaz, fueron asesinadas 188 líderesas y líderes sociales y defensoras de Derechos Humanos y 44 más que formaban parte del grupo de firmantes de la paz. En lo que va de 2024 ya han sido 15 líderes sociales y 4 firmantes de paz los asesinados. En total, desde los acuerdos, se calcula que más de mil seiscientas lideresas, líderes y defensores de paz y más de cuatrocientas firmantes de paz han muerto asesinadas.

Organizado por la Red Nacional de Iniciativas Ciudadanas por la Paz y contra la Guerra (REDEPAZ), Defendamos la Paz y la Mesa Nacional de Interlocución Social para la Paz, en este acto cultural por la paz se leyeron y escucharon frases como “Colombia merece un futuro mejor”, “No basta con hablar de paz, hay que realizar hechos de paz”, “Asesinar líderes y lideresas es matar sueños”, “Asesinar a las personas firmantes de los acuerdos es matar la paz”, “¿Quién es más asesino, quien ejecuta la muerte o quien la normaliza y mira para otro lado?”, “No más balas”, “Todas las vidas cuentan”, “Toda vida debe ser vivida”, “Toda muerte debe ser llorada”, “Toda bala es perdida” o “Para la guerra, nada”. Un evento imprescindible que debería dejar de serlo.

«Para la guerra, ¡nada!» (foto: Iñaki Chaves)

En una tarde triste pero esperanzada, inmortalizada, entre otros muchos y muchas profesionales de los medios, por el fotógrafo Jesús Abad Colorado, las y los asistentes han recordado y pensado, motivadas por la letra de Patricia Ariza y la música de César López, en aquel tanque que entró [en el palacio de Justicia] y nunca salió y que sigue enquistado en forma de violencia y muerte en el alma de Colombia.

En defensa de la paz y por la vida, por una sociedad a la que la muerte violenta no le sea indiferente. Para la guerra, para las guerras, ¡nada!

Alternativa

Atreverse a pensar es empezar a luchar

Se cumplen 50 años de la aparición de Alternativa, uno de los medios más críticos, y criticados, en Colombia y que ejerció periodismo para el cambio social

Publicado en Mundo Obrero

Portadas del primer nº -feb.1974- y último nº -mar.1980- de la revista Alternativa (foto: Iñaki Chaves)

Un heterogéneo grupo que se situaba ideológicamente en la izquierda colombiana y que quería y creía en una comunicación alternativa se lanzó a la tarea de editar una revista diferente, comprometida y crítica. En sus poco más de seis años de vida, Alternativa fue un medio de referencia para “mostrar al país como es y no como dicen que es”, que se constituyó como un medio editorial ´distinto` en el escenario informativo imperante y que se propuso “cambiar el estereotipo de un periodismo de oposición acartonado y dogmático”.

Como sucede con todo lo que rompe con la rutina, la tradición y, sobre todo, con el statu quo, la revista Alternativa (1974-1980) tuvo en su contra no sólo a la clase política de la época sino a “todo el establecimiento que se agrupaba en torno a ella para usufructuar los recursos del país, incluyendo las Fuerzas Armadas, los terratenientes, los industriales y los gremios” (Agudelo Castro, 2020, p. 12). Pero también contó con una ´hinchada` fiel de gente ´progre´ e intelectual, de estudiantes universitarios y de personas pensantes, dentro y fuera del país, que “querían entender lo que realmente pasaba, más allá de lo que contaba a medias la prensa oficialista e institucional” (ibid.).

El primer número, de aparición quincenal en ese momento, de una de las revistas más relevantes del panorama periodístico colombiano vio la luz el 18 de febrero de 1974, a un precio de $10,00 pesos de entonces, con la nada fácil pretensión de “abrir una ventana por donde entre el viento fresco de un pensamiento de izquierda” buscando “contrarrestar la ´desinformación` sistemática de los medios de comunicación del sistema”. Tenía una portada en color rojo, con siluetas de guerrilleros en ese mismo tono sobre un fondo verde en el que destacaba la imagen de un helicóptero con miembros uniformados con el titular “La contra guerrilla en acción”. En la esquina superior derecha un aviso de “exclusiva” que daba cuenta de un artículo de García Márquez sobre el golpe de Estado en Chile. Esa ´subversiva` presentación provocó que la Policía retirara gran parte de los diez mil ejemplares lanzados e hizo que la publicación aumentara su eco y su tirada hasta los casi treinta mil de su número 18.

Alternativa aterrizaba en un panorama social y político convulso, como era casi costumbre en el país del sagrado corazón arado con surcos de dolores, en el que terminaba eufemísticamente el dominio de un Frente Nacional (en el poder desde 1958) que había oscilado entre reformismos y parálisis y que mantenía a Colombia sumida en un ambiente político congelado por ese bipartidismo y cubierta de un enquistado y trasnochado clericalismo.

En lo informativo, llegaba a un territorio que carecía “de una publicación nacional, periódica, independiente y crítica”, en el que la “progresiva concentración de los medios masivos de información en manos de quienes detentan el poder político y económico ha permitido que esta minoría oculte, deforme y acomode a su antojo los grandes hechos nacionales”, tal como recogía en la ´carta al lector` de la primera página de su primer número. Nada muy distinto a lo que sigue sucediendo medio siglo después.

Reverso de la portada y página de bandera del núm. 1 de Alternativa -18/02/1974- (foto: Iñaki Chaves)

Fue un gran referente en su momento y tal vez sea una gran ignorada después. Pese a contar con un plantel de grandes profesionales de la información y al impacto que supuso en la política, en los medios y en la vida diaria del país, su narrativa, como muchas de las narrativas que jalonan el territorio y que quedan ninguneadas por la historia oficial, no ocupa, a mi entender, el merecido lugar que le corresponde en el panorama mediático colombiano.

Una revista que marcó la historia de Colombia y que, por desgracia, continúa sin ser suficientemente conocida por su ciudadanía y por la academia y, por lo tanto, reconocida como paradigma del periodismo crítico y comprometido. Con la mirada que da el paso del tiempo Alternativa puede que haya sido “la más difundida publicación en la historia de la izquierda colombiana”, en palabras de Santos Calderón, quien fue uno de sus creadores y director por algún tiempo.

Pese a que, como afirma el propio Calderón, quienes la pergeñaron fueran “utópicos, arrogantes y hasta cierto punto irreales”, la revista logró en parte sus objetivos de ofrecer otra mirada del país y de cuestionar para intentar unir a una izquierda fragmentada que oscilaba “entre las urnas y las armas”. Algo que quedó plasmado en el editorial de su número 200 al reafirmar sus compromisos de “reinterpretar críticamente la realidad colombiana, difundir el pensamiento de izquierda, suministrar material de análisis a las organizaciones comprometidas con el cambio y explicar la manera como las tendencias económicas afectan las condiciones de vida de la gente” (Santos Calderón, 2020, p. 24).

La revista dio voz y presencia, con la dedicación que no recibían en los medios tradicionales, a las gentes de abajo. Las demandas y situaciones de trabajadoras y obreros, de las comunidades indígenas, de los colectivos campesinos y de las juntas y comités barriales ocuparon sus páginas a lo largo de los más de setenta meses, con algunas interrupciones, que estuvo presente en los quioscos.

Portadas de los números 33 -mayo/1975- y 69 -febrero/1976- de Alternativa (foto: Iñaki Chaves)

En sus páginas, editoriales críticos, el humor denunciante de Antonio Caballero, las reflexiones de ´la historia prohibida`, la ironía de “¿Qué hay de nuevo en Macondo?” o los escritos políticos de García Márquez. Además, noticias internacionales, fotos con narrativa propia, intensas crónicas, profundos perfiles, trabajados reportajes de actualidad y reveladoras entrevistas a personajes como Botero, Cortázar, Dalí, Galeano o Torrijos. También difundió, “sin entrar a calificar un fenómeno político sobre el cual aún no existen suficientes elementos de juicio”, el comunicado y la foto que el M-19 envió a los medios tras la toma de la espada de Bolívar y que ningún otro publicó.

Alternativa no logró la unidad de la izquierda que ondeó como bandera, no se consolidó como el periodismo para la metamorfosis social que pretendía y, con su desaparición, dejó en el aire la tarea de ´acabar` con ese quiebre ético histórico que sigue lastrando el país. Pero pese a ello, como escribió y publicó Orlando Fals Borda, uno de sus fundadores, en el número 70 de la revista Credencial: “Colombia le debe mucho a Alternativa pues el país sigue necesitando ese periodismo crítico, rebelde y serio, que hizo de aquel semanario el fenómeno comunicativo de la época”.

García Márquez, a pesar de su pesimismo sobre este tipo de publicaciones que, en Colombia, tenían el “destino de los amores de verano y de los ministros de Educación: intenso y fugaz”, y de manifestar sus dos ´peros` a la revista -la periodicidad y el precio- mantuvo su respaldo a Alternativa, a la que consideraba “un órgano indispensable en las condiciones actuales del país y de la prensa de izquierda” y en la que, tras su relanzamiento en mayo de 1977 -número 112-, contó con una columna quincenal para “decir lo que me dé la gana por mi propia cuenta”.

Portadas de dos libros sobre la historia de la revista Alternativa (foto: Iñaki Chaves)

Ni la presencia ni el apoyo, con su pluma y con su plata, del gran cronista que poco tiempo después fue reconocido con el premio Nobel de Literatura, pudo salvar de la desaparición a una publicación que iba del “optimismo desmesurado” al “fascinante macondismo”. La última edición, la número 257, echó el cierre a seis años de compromiso de un semanario que luchó con la palabra haciendo que muchas personas se atrevieran a pensar y que “demostró tanto su idealismo como su nefasta capacidad suicida”. Así, en marzo de 1980 se constató el triunfo de la ´lógica del mercado` que imponía o publicidad o desaparición, y Alternativa optó por lo segundo.

Tres Colombias… o más

Las intromisiones en la división de poderes lastran el normal funcionamiento de las instituciones y del país

Publicado en Mundo Obrero

Manifestantes en la plaza de Bolívar en Bogotá ante una figura de la Justicia en un país cuarteado y seco por ausencia de la misma (foto: Iñaki Chaves)

Entes de control controlados y controlando por encima de sus atribuciones; fiscal del Estado haciendo campaña y saliendo de rositas de una de las peores etapas de la institución que encabeza; su sucesora (¿decidida de antemano?) acusada de mentir y ocultar pruebas; un poder legislativo que quiere juzgar; un poder judicial que quiere ejecutar, y un ejecutivo al que no dejan gobernar.

Ahí están esas Colombias, tres o más, que puede que ninguna sea la real pero que no dejan ser a la que debería. Porque, tal vez, la Colombia de verdad sea la que nunca contó para acceder a sus derechos constitucionales pero sí para que le contaran sus muertos. Puede que sea la que sale a la calle a pedir que le dejen a su presidente hacer su labor.

Esa es la Colombia que se ha movilizado una vez más, porque el ejercicio político de la democracia se hace en la calle y por y para el pueblo; porque así fue como se consiguió que llegara el Gobierno del cambio, y porque de lo que se trata es de que el país avance con lo que sus gentes han elegido.

Según el propio Pacto Histórico, las movilizaciones convocadas lo que buscan no es tanto presionar a la Corte Suprema para que elija nueva fiscal, que también, pese a que, de momento, no lo han conseguido, sino para “rechazar la ruptura institucional” y el “golpe blando” que se ejerce desde las élites y los medios cercanos a ellas.

Una activista del cambio en la carrera séptima de Bogotá (foto: Iñaki Chaves)

Sin entrar a valorar las meteduras de pata del presidente, que las hay, como en todas partes, sobre todo de tipo comunicativo, ni sus trinos fuera de lugar y tono ni los bailes de personalidades al frente de algunos cargos, lo que es cierto es que en menos de dos años de andadura han sido más las veces que se ha tenido que agachar a quitar las piedras del camino que a dedicar esfuerzos a gobernar y avanzar.

Afirmaciones como que si la izquierda no sirve para dirigir, que si mira más allá que acá, que si fulanito sí o menganita no, que si un familiar hizo, dijo o dejo de hacer, que si tal o que si cual. Fallos y aciertos en el oficio de gobernar que no deslegitiman su autoridad, lograda al ganar unas elecciones democráticas, o su capacidad, mostrada con su largo historial político y de gestión, y que deberían permitir que gobierne y que si no lo hace como se esperaba, o esperábamos quienes le dimos nuestra confianza, que no se le renueve en 2026.

Pero, otros presidentes lo hicieron mucho peor antes y tengo la sensación de que ni se les persiguió ni se les impidió tanto y con tanta fuerza. Es la primera vez que el país no está en manos de las familias de siempre, de los godos que expoliaron el territorio y a sus gentes; la primera vez que no dirige la nación un apellido de renombre que nunca se molestó por avanzar en libertades, en derechos o en justicia social; es la primera vez que la gente del común, los colectivos marginados y las personas excluidas, por mucho artículo constitucional que lo recoja, se sienten parte del país al que pertenecen con los mismos derechos que  la ´gente de bien`.

Así que, si las mayorías permitieron durante décadas que los políticos y sus secuaces hicieran y deshicieran a su antojo sin poner un pero, pero demasiadas veces dejando que la sangre de las demás tiñera de rojo el país, dejen ahora que gobiernen quienes quieren la paz y fueron democráticamente elegidos.

«El voto del pueblo se respeta» (foto: Iñaki Chaves)

El Gobierno actual tiene en contra a las otras Colombias: la de la clase política tradicional y a gran parte de los organismos institucionales, cooptados durante años por tejemanejes políticos para conservar el poder, y la de los medios masivos de difusión de noticias, la mayoría de ellos, que hacen oídos sordos a todo aquello que no esté en consonancia con la línea editorial que les marcan los que manejan los hilos.

Pero pese a todo ello, hay otra Colombia que forman las personas que salen a marchar y que reclaman respeto por la legitimidad del Gobierno y que le dejen gobernar, que no rompan más el país y que permitan que Colombia sea una. Una que avance hacia un futuro esperanzador, una en la que la dignidad se haga costumbre y que se pueda convertir en potencia de vida, no de muerte ni de corrupción.

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