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Participando para recuperar los mundos olvidados

Ahora que terminó el mundial de fútbol en el que solamente equipos “desarrollados” alcanzaron los últimos cuatro puestos, aunque levantó la copa uno que está plagado de inmigrantes, es el momento de volver a la realidad de quienes no viven el deporte ”rey” porque lo que les gobierna es salvar la vida, mantener la esperanza y luchar por lo que creen: la paz. Esa que ni siquiera un balón es capaz de alcanzar.

Colombia muisca

En Colombia, sí ese país andino que le habló futbolísticamente de tú a tú a unos ingleses que se jactaban de su superioridad, la realidad sigue matando a gentes del común, que no gentes corrientes, que le apuestan a la vida y a la paz.

Pero no parece afectar a casi nadie en la vida cotidiana. Ni al gobierno, ni al que se va ni al que llega, que tiene la muerte es sus zapatos; ni a los medios, que siguen creando imaginarios alejados de la realidad, ni, lo que es mucho más grave, a una población que convive con la muerte, la de los otros, y la justifican porque es de su ley (el patético “algo habría hecho”).

Qué pena, qué lástima, que la guerrilla más sangrienta y antigua del continente haya aceptado dejar las armas y tomar la palabra y gran parte del país, el que menos sufre la guerra, y una parte de su ciudadanía, la que no se preocupa por si habrá un mañana, no sepan estar a la altura. La muerte invade la sociedad nuevamente, nunca se fue pero retoma fuerza y azota a la sociedad civil en la figura de sus líderes y lideresas sociales. Pero las comunidades le siguen apostando a ganar la paz aunque sea perdiendo la vida. Confían y comparten su esperanza.

Ahora que he visto y leído esa realidad desde la distancia, me reafirmo en los deseos de volver a casa, de regresar a ese lugar de contrastes, de encuentros y desencuentros, pero el lugar en donde es posible, pese a todas las dificultades, ser.

He mirado la realidad propia desde la distancia y he tomado otros aires para volver con más ganas al día a día de “mi tierra”. He escuchado a personas diversas abordar las disímiles realidades de sus vidas investigando desde la academia para dar a conocerlas y contribuir a mejorarlas.

Desde la distancia he visto en perspectiva la cantidad de personas que dentro y fuera del territorio colombiano trabaja esperanzada por la paz y por dar a conocer, cada quien a su manera, lo que es y lo que queremos que sea Colombia. Un país para compartirlo, para disfrutarlo sin tener que venderlo al capital, para caminarlo y cantarlo, para admirarlo y bailarlo, reconociendo el valor de sus gentes y la riqueza de sus culturas.

El panorama no es muy alentador, los casi dos años pasados desde la firma de los acuerdos de La Habana no han sido precisamente un remanso de paz. El futuro gobierno no es, aunque tendrá tiempo de demostrar lo contrario, un dechado de virtudes cívicas; los asesinatos continúan, las persecuciones y las estigmatizaciones por ser y pensar diferente permanecen. Pero en ese escenario incierto, o con certezas nada halagüeñas, sigue habiendo un espacio para compartir. Compartir es darle un hilo a la esperanza y a la vida.

De regreso a casa me doy cuenta de la importancia de pensar, narrar y hacer. De la relevancia de la educación, que no de los títulos, y de su incidencia en la construcción de una sociedad ética y pacífica. Con conflictos, por supuesto, pero con la seguridad de que se pueden solucionar compartiendo, dialogando. La educación como práctica de la libertad que nos enseñaba Freire, juntando la praxis con la reflexión y la acción para poder transformar el mundo. Necesitamos, ahora tal vez más que nunca, de esa “participación crítica” para salir de la ignorancia y alcanzar una verdadera democracia del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.

«En vos confío»

Son muchas las iniciativas, personales y colectivas, para trabajar por y para construir la paz. Una de ellas es la campaña que aboga por cambiar el manoseado “no dar papaya” por la confianza. Sí, una palabra cuyo contenido y significado parecemos olvidar. La acción “En vos confío” dice que “Cuando se confía, disminuye el miedo. Cuando se confía, el diálogo entre posiciones encontradas se hace más fácil.” Y pide cambiar para confiar en el otro (a). http://envosconfio.bonde.org/

Cuando me preguntan por qué no soy creyente, respondo que soy un ateo que cree. Creo en que la comunicación que hacemos determina el tipo de sociedad en que vivimos. Y creo en las personas, no en todas pero sí en muchas. Confío en mi compañera, en mi familia, en mis amigas y amigos, en mi equipo de trabajo, en mis estudiantes, que son en parte responsables y protagonistas de esto que escribo y que me dan esa confianza para seguir compartiendo y luchando por lo que creo.

En el congreso de Americanistas celebrado este mes en la Universidad de Salamanca también ha habido multitud de propuestas interesantes que, desde la academia, le apuestan a la convivencia pacífica a partir de dar a conocer las innumerables experiencias que se llevan a cabo en toda Abya Yala por gentes que viven o no allá pero que la sienten como propia, como territorio ancestral de culturas vivas. Son gotas de esperanza, miradas sobre Colombia, pero también sobre el resto de países del continente. Todas ellas con la intención, explícita o no, de contribuir a la paz, al buen vivir, al reconocimiento, al respeto y a la confianza en las otredades. Desde la comunicación indígena a los numerosos movimientos sociales pasando por los medios comunitarios, la fotografía, el espacio público o las políticas públicas.

56º Congreso Internacional de Americanistas

Por todo esto que les cuento vuelvo confiando en las gentes para estar esperanzado con el futuro. Y creo que un día como el 20 de julio, aniversario de la independencia de Colombia es el día perfecto para seguir compartiendo y confiando.

Para transformar realidades y construir otro mundo posible y mejor. Seguiremos trabajando por todo ello, por lo que creemos, pese a quien pese. Para convertir en mentira la verdad que afirma el historiador Orlando Melo “la violencia es la gran tragedia de la sociedad colombiana del último siglo y constituye su mayor fracaso histórico”. Para ayudar en lo posible a dirigir las miradas a las comunidades en lugar de a los imperios.

No más muertes, vida. No más fracasos, compartir la vida y confiar en la paz. Es hora de buscar la verdadera independencia, la del pensamiento. La que dé paso a la acción colectiva.

Piden difundir la canción “la confianza”, para que Colombia “deje de bailar al ritmo de la polarización, y comience a creer que confiando se vive mejor.”

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