Gente común y nada corriente

Las personas de la Fundación Colombiana de Ex Combatientes y Promotores de Paz

Hemos tenido el privilegio de compartir con un grupo de personas pertenecientes a la Fundación Colombiana de Ex Combatientes y Promotores de Paz (FUCEPAZ), la primera organización legal promovida por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Ejercito del Pueblo (FARC-EP).

La organización se funda con un primer grupo de indultados escogidos por el gobierno colombiano durante los diálogos de La Habana y bajo lo establecido en la Ley 418 de 1997. Después se han ido sumando otras y otros prisioneros políticos de las FARC excarcelados en cumplimiento de la Ley 1820 de 2016 de amnistía e indulto derivada del Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera firmado en La Habana (Cuba) entre el gobierno y la guerrilla.

Logo de la Fundación Colombiana de Excombatientes y Promotores de Paz

Son un grupo de hombres y mujeres, de entre 20 y 65 años de edad, que han sido indultadas y puestas en libertad en distintas cárceles del país tras el acuerdo y que en las mañanas están recibiendo clases de educación formal para su nivelación académica.

También han constituido entre todas y todos la Escuela de Educación Popular para la Paz Manuel Marulanda Vélez, nombre que han elegido de forma democrática, en la que, por las tardes, estudian formación política y ciudadana, recibiendo clases de contexto social y crítico como parte de su preparación para alimentar el futuro partido político.
A una de estas sesiones de la escuela de educación popular nos invitó Liliany Obando, una activista por los derechos humanos que ha sufrido condena acusada de rebelión. Ella considera que su caso es uno de los falsos positivos judiciales. Socióloga de la Universidad Nacional y firme defensora de los derechos de las presas políticas, está acompañando el proceso formativo de esta escuela.

Liliany fue invitada por el programa “Voces en movimiento”, de Uniminuto Radio, a un conversatorio para hablar sobre el rol de la mujer después del acuerdo. De ahí surgió la idea de que desde la maestría en Comunicación, desarrollo y cambio social (CDCS) compartiéramos un espacio con las mujeres y hombres que asisten a la escuela creada por FUCEPAZ.

En Bogotá, en el lugar donde están viviendo sus primeras fechas de reinserción a la vida civil, tuvimos el encuentro con esta «gente común pero nada corriente». Unas historias de vida que podrían formar parte de esas crónicas del realismo mágico garciamarquiano y que son unas entre las muchas de esas otras realidades del conflicto armado que no aparecen en los medios pero que forman parte de la Historia, de la de verdad, la que se construye desde abajo.

No son monstruos, ni peligrosos criminales como algunos quieren hacer ver. Son también víctimas de la guerra. Han sido guerrilleros y presos políticos y quieren ser ciudadanas y ciudadanos aportándole a la construcción de un nuevo país con sus miedos y sus sueños. Tienen necesidades, pero lo que más tienen son deseos de participar con sus pequeñas revoluciones a la gran revolución que supone para Colombia afrontar un futuro en paz.
Y no va a ser tarea fácil. Justo en estos días desde uno de los campamentos de las FARC informan del asesinato de uno de sus miembros beneficiado por la ley de amnistía. Un crimen más que sumar, pese al proceso de paz en marcha, a las numerosas persecuciones, desapariciones y muertes de líderes sociales en todo el territorio.

Con la gente de la escuela hablamos de comunicación y paz. Pero lo importante no fue lo que nosotros dijimos, sino lo que expresaron ellos. De la conversa surgieron inquietudes y también peticiones. Ellas y ellos son gente del campo, saben de la tierra y les ha tocado saber de la guerra. Pero se preguntan por muchas cosas más, están ávidos por aprender y formarse para la nueva vida que se les presenta. Nos interpelaron sobre cosas como: ¿qué conocimientos les podíamos aportar?, ¿qué vamos a hacer ahora que les hemos conocido?, o ¿qué les vamos a contar a nuestros estudiantes?

La propuesta de la maestría de comprender la comunicación como un proceso, cuestionando la información que nos venden, poniendo en duda el desarrollo impuesto y abordando desde otras perspectivas el cambio social, nos pone en el camino de la transformación social y de la convivencia pacífica. Con un discurso crítico, con una mirada holística y desde el sur, con valores éticos y humanísticos, desde el conocimiento del contexto histórico y social y con criterios para intentar entender las múltiples realidades de hoy, intentamos aportarle algo positivo al proceso de paz.

Imagen de la página web de las FARC-EP

Pero después de escuchar las palabras de este colectivo de guerrilleros y guerrilleras le añadiremos algunos aportes que este encuentro nos ha dado. Sin mencionar quien lo haya dicho, porque lo importante es lo que han dicho:

“Se ha acabado la guerra de las armas y ahora empieza la guerra de las ideas”; “Construyendo desde abajo para una Colombia en paz, tranquilidad, amor e igualdad para todos”; “Hay mucha gente que prefiere tener diez guerrilleros armados en el monte que uno solo en la ciudad con un micrófono”; “Somos revolucionarios que siempre hemos actuado en defensa de los más necesitados”; “luchamos a cambio de nada”; “la unión hace la fuerza”; “queremos que exista la paz”,…

Tal vez cosas muy simples e incluso obvias y mil veces repetidas. Pero palabras sencillas de gente humilde que le apuesta a la paz a pesar de lo que llevan encima. Lo que más desean es “que nos escuchen y nos crean” y que “cambien la manera de mirarnos”.

El tiempo nos permitirá dimensionar lo que supone todo esto. A nosotros nos ha movido algo dentro. Nos han hecho ver que, a veces, como dice el profesor Sergio Alvarado, las piedras del camino nos pueden servir para apoyarnos más que para tropezar en ellas.
Como ya dijera Blas de Otero, confiamos en que nos queda la palabra. Y con sus palabras se reafirma la idea del maestro Martín Barbero: “hay que meterle país a la universidad”. Una institución que, en general, ha tenido una postura algo tibia durante el proceso de paz y que ahora debe apostarle sin trabas al diálogo y a la inclusión. Si, como dice el eslogan de Uniminuto, somos el lugar donde transformamos vidas y construimos un mejor país, hay que apostarle con todo a la paz. A esa paz positiva que es mucho más que la ausencia de guerra. Que es justicia social en todos los ámbitos de la vida y las relaciones humanas en común. Armonía de la persona consigo misma, con la naturaleza y con las demás personas.

Este país, para que sea mejor, tiene que incluir todas las diferencias que alberga. También a las gentes de las FARC. Nosotros, para empezar, les incluimos en nuestra mente y nuestro corazón y les damos las gracias. Por habernos recibido y por su vuelta a la vida civil.

Con esta visita hemos constatado lo que les dijimos al empezar nuestra charla: que no les traíamos nada, pero que nos llevábamos algo; que no les enseñamos nada, pero que aprendimos mucho, y que no les hemos dado, pero hemos compartido. Sus narrativas, sus experiencias, sus pesadillas, sus sueños e ilusiones. Y las nuestras.

Lo que sí les dejamos al final fue un trozo de papel impreso con el credo de José Luis Sampedro escrito sobre el dibujo de su fundación.

Creo en la Vida Madre todopoderosa  

Creadora de los cielos y de la Tierra.

Creo en el hombre, su avanzado Hijo

Concebido en ardiente evolución,

Progresando a pesar de los Pilatos

E inventores de dogmas represores

Para oprimir la Vida y sepultarla.

Pero la Vida siempre resucita y el Hombre

Sigue en marcha hacia el mañana.

Creo en los horizontes del espíritu

Que es la energía cósmica del mundo.

Creo en la Humanidad

Siempre ascendente.

Creo en la Vida perdurable.

La monumental

Un pedacito de Madrid en Bogotá

Ahora que se acercan unas mini vacaciones, si visitan la capital de Colombia les propongo que se pasen por esta pequeña “Monumental de las Ventas” en el centro de Bogotá.

Fachada de «La Monumental de las Ventas» en Bogotá

A veces, la vida te depara agradables sorpresas. Eso me sucedió hace un tiempo con un lugar de ese, injustamente a mi manera de ver, mal afamado centro de Bogotá. Es lo que llamaríamos una “casa de comidas”. Al frente de ella, desde que la abrió en febrero de 2014, un “españolete”; más específicamente, un madrileño: Alberto.

Un buen tipo que un día se cansó de aguantar los embates de esa supuesta crisis española que llevó a que emigraran no solamente jóvenes con futuro, sino también gente de más edad que nos fuimos, por unas u otras razones, a vivir la vida fuera de la piel de toro. Alberto se trasladó a Colombia con su esposa y su hija. Llegaron a un país que sufre una popularidad centrada en lo negativo, que lo hay, como en toda parte, en lugar de en lo mucho y bueno que produce y ofrece esta tierra con tres cordilleras andinas, dos mares y ríos de película, y que tiene sus dificultades y donde ganarse la vida es a cambio de luchar y trabajar duro y muchas horas, pero donde se puede sobrevivir y ser reconocido porque hay oportunidades para ello.

Había pasado por la puerta de su local en multitud de ocasiones porque me encanta y vivo en el centro, pero nunca nos habíamos decidido a entrar. Hasta que un día, unos colegas de mi compañera de vida le hablaron bien del lugar y allá nos fuimos a almorzar. Celebro ese día, hace ya casi dos años, porque nos dimos de bruces con un amigo, un buen sitio para comer y un espacio de encuentro de personas que emigraron o que, en algún momento de su vida, han tenido contacto, por diferentes motivos, con España.

Periodistas, docentes universitarios, artistas, comerciantes de la zona, trabajadoras y trabajadores en general nos encontramos y disfrutamos de la comida, la conversa y la compañía. El nombre del establecimiento ya lo dice todo “La Monumental de Las Ventas”. Todo un homenaje a su tierra. Evidentemente, tenemos nuestras diferencias. Empezando porque no comparto algunos de sus gustos: no me gustan las corridas de toros y no soy seguidor del Atlético de Madrid. Pero todo no podía ser perfecto.

La bandera del Atlético de Madrid por encima de la carta con el menú

A cambio, sus platos le dan otro aire y sabor a la cocina diaria de Bogotá. Procuro, al menos una vez por semana, escaparme a disfrutar de sus guisos: las albóndigas de res en salsa de verduras al vino blanco, con arroz y papas a la francesa, o sea, las albóndigas de toda la vida que hacían nuestras madres; el estofado de lentejas, con su panceta, su chorizo y su chorrito de vinagre; el cocido madrileño, con su sopa de fideos, a la que le puedes añadir un sorbo de montilla-moriles, cuando le queda, y su repollo guisado; el pulpo a la gallega, con sus trocitos de cachelos, su aceite de oliva y su pimentón de La Vera; los callos a la madrileña, con buena cantidad de salsa para pringar pan; la paella marinera, a su manera y aquí sí que le digo que no alcanza a la mía, aunque todavía no ha habido opción de demostrárselo; el rabo de toro, convertido en «cola de res» para llegar mejor al paladar local y a sus oídos, y la infaltable tortilla de patatas. Incluso, si uno lo encarga con tiempo, te puede preparar unas deliciosas migas, ese plato de gente humilde, que hasta Cervantes menciona en el Quijote “Responde en buen hora —dijo don Quijote—, Sancho amigo, que yo no estoy para dar migas a un gato, según traigo alborotado y trastornado el juicio”, y que hoy se sitúa como delicia culinaria “de tasca y fonda”.

Con Alberto comparto, además de la procedencia, el tener vínculos con la Axarquia, el habernos expatriado voluntariamente, el estar casados con colombianas y el disfrutar de una tierra y unas gentes que nos tratan bien y nos hacen sentirnos en nuestra casa. En su tasca, los clientes, esos que llamamos “de toda la vida”, entran hasta la cocina y se auto sirven la bebida. Algo que el anfitrión asume con naturalidad porque valora lo que eso significa.

De la cocina de este atlético por convicción, y porque se crió en los madriles de Tetuán, disfrutamos los habitantes de Bogotá y toda aquella persona que quiera pasar a conocer su particular las ventas. Un coso culinario donde pone alma y corazón para que sus platos compitan con el ajiaco santafereño, la bandeja paisa, las arepas o el ubicuo arroz con pollo.

Cual novillero antes de la alternativa, está lidiando, y casi que saliendo a hombros, con una clientela colombiana más acostumbrada al menú “corrientazo” o “ejecutivo” de los lugares de almuerzos diarios. También le toca luchar con un típico y vecino restaurante paisa en el que se almuerza por menos de diez mil pesos y que, al ser los dueños de su inmueble, le impiden ofrecer menús.

Pero eso precisamente es lo que ganamos sus clientes, que ya vamos siendo muchos, que podemos de vez en cuando cambiar el menú del día por uno de sus platos caseros acompañándolos, en lugar de con el clásico jugo de frutas, tal vez más sano pero menos combinador con estos suculentos platos, con un vino o con un tinto de verano que ya se está haciendo famoso entre la clientela.

Las fotos de Madrid, entre ellas la de la Monumental

Este colchonero hace de profeta en su tierra de adopción adaptando, con algo de morriña pero sin pena ni dolor, su identidad hispana y del foro a la realidad rola diaria ofreciendo distintos sabores a otros paladares. Para ello, además de los ingredientes de su cocina, se rodea de la bandera de su equipo y de algunas fotos emblemáticas de ese Madrid que luce con orgullo. Entre esas imágenes, claro está, no podía faltar una de esa plaza de toros que da nombre a su local: la Monumental de las Ventas, un pedacito de Madrid en pleno centro de Bogotá.

Su local de comidas, que abre de lunes a viernes de 11:30 a 16:00, está presente en la  red virtual Facebook y tiene pequeñas menciones en otras páginas web como gurú; cívico, donde una clienta dice que «ofrecen productos de excelente calidad, importados de España, y comida exquisita española. La atención es excelente», o corredor cultural del centro donde podemos leer “el ambiente del lugar es muy familiar, la atención agradable y la experiencia gastronómica satisface las expectativas de sus comensales.  (…) Este lugar es una alternativa para disfrutar de buena comida a precios amigables (…) Reunirse con sus amigos y visitar “La monumental de las ventas” es una opción atractiva para variar su alimentación cotidiana y reemplazarla con excelente comida española.”

Un alcalde peor para la mayoría

El actual regidor de Bogotá instauró como eslogan de su actual período en la alcaldía el sonoro “Bogotá, mejor para todos”.

Con ese lema tan pretencioso, y sin entrar a valorar el masculino genérico siempre excluyente, la ciudad no está siendo buena para casi nadie. Ni siquiera para sus ricos seguidores del norte capitalino.

Al margen de sus falsos títulos, de sus postizas poses de progresista y ecologista, de sus intervenciones marcadamente antisociales y otras meteduras de pata que jalonan sus quince meses al frente del consistorio más importante del país, el ínclito político continúa jodiendo a esa mayoría a la que se suponía iba a beneficiar con una ciudad mejor.

Cartel de una de las campañas para revocar al actual alcalde de Bogotá

¿Peña qué? Losa. Sí, señoras y señores. Enrique Peñalosa es toda una lápida para una ciudad de por sí compleja pero que se merece algo más que un mediocre gestor para mantener una vida cultural rica, una movilidad decente y una educación distrital meritoria para quienes la necesitan, que son una gran parte de esta urbe de oficiosamente nueve millones de habitantes.

La última sonada ha sido la propuesta de incrementar el precio del pasaje del Transmilenio, el sistema integrado de transporte que él mismo puso en marcha en su anterior etapa en la alcaldía.

A partir del uno de abril, el pasaje cuesta dos mil doscientos pesos. Un diez por ciento más que antes cada viaje. Un porcentaje redondo en un país cuyo gobierno ha aprobado tan sólo un siete por ciento de subida del salario mínimo. Ese salario está oficialmente en 737.717,- pesos. Si usted utiliza al menos dos viajes al día para dirigirse a su trabajo, gastará cuatro mil cuatrocientos pesos. Si debe acudir cinco días a la semana, unos veintidós días al mes a su labor, necesitará 96.800,- pesos para sus desplazamientos. Algo más del trece por ciento de ese salario. Existe en algunas empresas un auxilio de transporte que por normatividad está en $77.700 pesos mensuales. Eso no cubre el gasto señalado.

Un sistema que a mi juicio es bueno, con sus limitaciones, pero que se está quedando pequeño, que está mal llevado y peor gestionado. Esa figura extraña en la que diez empresas se reparten los ingresos, porque beneficios los debe de tener, pero es el erario público el que cubre los gastos. Vamos, una chapuza. Eso sí, sin la que creo que esta ciudad sería todavía más caótica de lo que es.

Aspecto de la estación de Universidades a las siete de la mañana de cualquier día laborable

Las filas en las estaciones son inmensas, los apretones (y en ocasiones por desgracia algo más) incontables y el mal servicio lo común. Incluso en las horas “pico”, de mayor afluencia de personas en el sistema, en las que debería haber mayor frecuencia de paso de autobuses, es usual ver cómo varias unidades no se detienen a cargar pasajeros con el luminoso de “retomando servicio”; un nuevo eufemismo que ha sustituido al anterior, “en tránsito”, pero que supone lo mismo. No cubren las demandas.

A eso hay que añadir que los conductores, la gran mayoría , y digo los porque las, que son todavía pocas, manejan bastante mejor, conducen como si transportaran bloques de hormigón. Sin el menor cuidado, con prisas que apenas permiten que la gente acceda y descienda, y con frenadas a destiempo y curvas arriesgadas. La prueba está en el alto número de accidentes de los vehículos, y eso que, en la mayor parte de sus recorridos, disponen de dos carriles en cada sentido para desenvolverse. En el período 2012-2015, según datos oficiales de la alcaldía, hubo 1.458 accidentes con el resultado de 79 personas muertas y 1.779 heridas.

Tampoco es que la ciudadanía se porte muy educadamente. Obstruyen el paso de personas a los vehículos, se quedan en las puertas aunque su destino no sea la siguiente parada y hay un gran número de “colados” en el sistema.

Para más complicaciones en los costos, no hay ningún tipo de abonos para reducir los precios a la gente del común. Usted puede adelantar carga la tarjeta con, pongamos, veinte mil pesos (1 euro aprox. 3.000 pesos) y el billete le cuesta lo mismo. Ahora, con la subida, han ampliado el tiempo disponible para hacer un transbordo sin pagar todo el pasaje y te cubre hasta dos viajes a crédito de la tarjeta si te quedas sin saldo.

El sistema Transmilenio mueve cerca de 2,3 millones de viajeros al día. Por lo que la caja diaria, aunque haya gente que se cuele y una parte de la población tenga algún beneficio por ser de escasos recursos, es elevada. Mucho como para que según la Secretaría de Movilidad de Bogotá el déficit en 2016 alcanzara los $661.000 millones de pesos.

Los votantes de Peñalosa, ese sector poblacional de estratos 5 y 6, los más altos, y residentes en el norte o noroccidente de la ciudad, no se mueven en transporte público. Ellos son de esas ciudadanas y ciudadanos que diariamente ocupan las calzadas moviendo sus carros de 1.200 kilos para desplazar una sola persona de apenas 100. La mayoría de los automóviles que se ven circulando, más bien atascando, las vías urbanas van ocupados únicamente por el conductor.

La situación de la movilidad en esta gran capital es bastante difícil y de complicada solución, y más por el poco interés político en abordar el problema de manera integral y con propuestas válidas. Y el metro sigue siendo una quimera. Eso sí, de oro. Porque el dinero que ha “desaparecido” en este sueño y los cada vez más elevados costos de su implementación lo sitúan en un nivel inalcanzable.

Este es el panorama del transporte, caro y saturado, en la Bogotá mejor para todos.

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