Sin ética ciudadana

La realidad sigue superando a la ficción en los sucesos que se viven estos días en Colombia

A la falta de ética de los poderes públicos y de las fuerzas del orden se suma la ausencia de la misma entre una parte de la población, mínima pero poderosa, que con sus acciones fomenta el odio y los enfrentamientos.

Manifestante durante las marchas de enero de 2020 en Bogotá (foto: Iñaki Chaves)

Mientras la población más vulnerable y vulnerada del país se manifiesta firmemente, desde hace ya viente días, por sus derechos ignorados desde la colonia, existe esa otra parte de gente que aplaude las actuaciones asesinas del esmad y que quisiera acabar no solo con los paros y las manifestaciones, sino con las personas que los realizan y apoyan.

Dos casos de extrema gravedad se han dado en el país en este fin de semana.

En Barranquilla, capital del departamento del Atlántico, un grupo de personajes en el anonimato ha hecho circular un panfleto en el que piden incendiar sedes de organizaciones sociales, a líderes y lideresas civiles y a docentes que se hayan manifestado a favor de la Minga indígena y del paro nacional en marcha. Entre las instituciones señaladas y en peligro está el Foro Costa Atlántica.

En Cali, departamento del Valle del Cauca, una doctora ha tuiteado su deseo de que las autodefensas, grupos paramilitares al margen de la ley pero que históricamente han actuado con la connivencia del Estado, maten a unos mil indios, unos poquitos según esta docta señora, para acabar con las marchas indígenas.

Después de que Noticias Uno lo denunciara, la galena ha pedido que se respete su intimidad y no se difunda su nombre. Pero no se ha retractado. Olé su código deontológico (por cierto, se ha sabido que su apellido es Rojas, para que no pidan cita con ella).

Mientras tanto, la Policía, el Ejército y los escuadrones antidisturbios siguen actuando impunemente y con excesos de todo tipo frente a la población desarmada y pacífica. Y el Gobierno continúa haciendo mutis por el foro e ignorando su responsabilidad en todos estos actos desproporcionados e incívicos más propios de cualquier dictadura de esas a las que les gusta señalar y que no quieren que contamine su “limpia y pura” democracia.

Internacionalmente algo se está moviendo, con marchas ciudadanas y acciones, hasta ahora con poca repercusión, de personajes públicos que piden parar estas masacres. Estados Unidos, el único ente al que los gobernantes colombianos rinden pleitesía y que podría parar todo esto, y Gran Bretaña han pedido suspender parte de la ayuda que destinan a Colombia. Pero no es suficiente, hay que seguir denunciando estas situaciones (también la que se vive en Palestina), presionando a los países y organizaciones internacionales y promoviendo una ética mundial y una paz verdadera, que es mucho más que la ausencia de guerra.

Una vez más la ciudadanía da una lección de madurez, de inteligencia colectiva y de compromiso con la vida, las libertades y los derechos. A ver si los gobiernos aprenden.

A parar para avanzar, ¡viva el paro nacional! Aunque en Colombia protestar sea de alto riesgo.

¡A parar para avanzar!

Toda la contundencia en una frase que sintetiza las acciones políticas de la ciudadanía colombiana en estas dos semanas de movilización social

A la violencia policial se ha sumado en estos últimos días la civil, la de aquellos que creen que el país es de ellos, del innombrable y su cohorte de súbditos, y que hay que acabar con el “comunismo” que vive dentro del colectivo estudiantil y con la “ignorancia” que anida en la población indígena. Pero eso tampoco mina la moral de las y los manifestantes; al contrario, les da más fuerza porque se demuestra que sus quejas tienen motivos suficientes para arriesgar la vida, por la paz. Están saliendo a la luz la identidad de quienes explotan y asesinan, con o sin uniforme, a una población que se ha cansado de aguantar.

Imágenes tomadas de cuentas de Instagram que siguen las movilizaciones

En esas acciones pacíficas destaca, por su compromiso y alegría en la desgracia, una juventud que debe ser ejemplo de dignidad, resistencia y lucha para muchas otras. Es tiempo de creer en ideales que nos sitúen en un horizonte de ilusión para combatir la indecencia de un sistema que nos oprime mientras nos hace creer que tenemos algo.

Por eso quiero mostrar, desde la palabra escrita, todo mi apoyo a las movilizaciones que se siguen produciendo, contra viento y marea, en Colombia. «Si abrí los labios para ver el rostro / puro y terrible de mi patria, / si abrí los labios hasta desgarrármelos, / me queda la palabra” (Blas de Otero).

Hay en esas manifestaciones un respaldo especial y emocional a toda la movilización social en marcha: la creatividad artística de la población. Las pintadas, los carteles y demás expresiones gráficas ciudadanas dan empuje y ánimo a las demandas. Convirtiéndose, además, en objetivo obligado de la prensa, tanto nacional como internacional, que tiene en esos afiches un compendio de sabiduría, información y memoria. «Somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos, sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizá no merezcamos existir” (José Saramago).

En Colombia, la moneda de la ruleta de la vida siempre cae del lado del sello (cruz). La cara queda para los poderosos y sus secuaces. Pero en esta ocasión no importa el valor, el color o el rostro de la moneda. Lo que importa es la motivación para seguir lanzándola al aire, aunque muchas veces salga del lado que no queremos.

Imágenes tomadas de cuentas de Instagram

Al igual que en el mayo francés de 1968 o en el mayo español de 2011, el mayo colombiano de 2021 está vivo en las calles con las pintadas que acompañan las marchas. Grafitis contra balas, carteles contra escudos y palabras contra cabezas huecas y sordas. Colombia está despertando, está parando para avanzar, para que paren las masacres y para que nos encontremos en los corazones.

Hay que reivindicar la identidad ancestral de las poblaciones originarias y el mestizaje de la mayoría silenciosa colombiana. Señores gobernantes, como escribiera el gran Arturo: están en el país donde el verde es de todos los colores. No es solamente blanco o negro, y hoy las gentes están mostrando toda la gama de grises que conviven y que quieren hacerlo en paz, con esperanza de futuro. “(…) pequeña mancha verde, de lozanía, de gracia, / hoja sola en que vibran los vientos que corrieron / por los bellos países donde el verde es de todos los colores, / los vientos que cantaron por los países de Colombia” (Aurelio Arturo).

Caen tópicos y falsedades a la vez que se derrocan estatuas que ensalzan el sufrimiento infligido a la población desde la época del encubrimiento de los otros “La modernidad (…) nació cuando Europa pudo confrontarse con ´el otro` y controlarlo, vencerlo, violentarlo; cuando pudo definirse como un ´ego` descubridor, conquistador, colonizador de la alteridad” (Enrique Dussel).

En esas han de derrumbarse las falacias del poder y democratizar la sociedad desde abajo. No queda otra si se quiere acabar con la desigualdad, con la inequidad y con las brechas sociales que actuaciones como las que se combaten con estos paros no hacen más que agrandar.  

Imágenes tomadas de Instagram

Colombianas y colombianos, estudiantes, sindicalistas, docentes, afrodescendientes, indígenas, mujeres, hombres, colectivos lgbti, jóvenes y no tanto: sean realistas, sigan pidiendo lo imposible hasta que se pueda realizar; no se dejen quitar los sueños, que no caben en sus urnas ni en sus bolsillos; prohíban prohibir, mejor deseARTE paz; que la belleza está en las calles, en sus gentes y en sus expresiones; que no hay arepa pa´ tanto chorizo (corrupto); que al pueblo se le respeta, carajo; sigan sembrando rebeldía para recoger dignidad; guardia, guardia, fuerza, fuerza.

A parar para avanzar.

Otro crimen más

Un nuevo asesinato, y van 37 documentados por la ONG Temblores en los ocho días de manifestaciones.

Durante las jornadas de protesta en Colombia contra el Gobierno y las actuaciones de la Policía una de las personas que ha muerto asesinada es Lucas Villa, estudiante, ciudadano y manifestante.

En la esquina superior derecha una imagen de Lucas Villa.

“Nos están matando en Colombia”. “Nos recordamos en los corazones”. Son dos frases premonitorias, dos frases para la historia y la memoria. Las dijo Lucas Villa, estudiante asesinado por civiles desde un carro en Pereira (Colombia) el 5 de mayo durante una de las movilizaciones de estos días. Era una persona pacífica a la que se veía en manifestaciones animando y bailando, saludando al ESMAD, haciendo pedagogía de la paz y de la situación del país en los buses. Se le puede ver y escuchar en multitud de videos que ahora circulan por las redes.

Una persona más asesinada por las fuerzas del orden y sus adláteres, disfrazados o infiltrados; cuesta llevar la cuenta. Este es el desorden en el que quieren convertir el país para justificar la violencia y acabar con la rebeldía de las gentes que ya se cansaron de la resiliencia y quieren existencia, digna y en paz; derechos civiles, pan y trabajo, y libertades públicas, entre ellas de manifestación y de expresión.

Recordemos que las marchas no sólo son contra la reforma tributaria del Gobierno, ya retirada para volver, seguramente, disfrazada e igual de injusta, sino también contra la violencia policial; contra la desigualdad e inequidad presente en todos los ámbitos de la sociedad; contra el incumplimiento de los acuerdos de paz de La Habana de 2016, que nunca fueron del gusto de la derecha gobernante, y contra el asesinato sistemático de líderes y lideresas sociales.

La citada organización social, que se ha reunido con la Misión de Verificación de las Naciones Unidas para solicitarle la creación de una comisión de seguimiento de los casos de violencia policial y que realice un informe que respalde la petición al Gobierno de que cesen los actos violentos de las fuerzas de seguridad, contabiliza, además de las personas fallecidas, más de 80 desaparecidas, 831 detenciones arbitrarias, 222 víctimas de violencia física  y 10 de violencia sexual, entre otros desmanes policiales. Pero los vándalos son los manifestantes.

También recomienda a la ciudadanía volver a sus casas antes de las 18:00 h., seguir sus guías para documentar casos de violencia y que utilice sus canales de denuncia y de asesoría legal: https://www.temblores.org/grita, info@temblores.org, +57 313 677 9720.

No más violencia policial. No más muertes sinsentido. No más guerra contra el pueblo.

¡Vergüenza!

¿Dónde están las democracias y sus demócratas?

Colombia está pasando por uno de los momentos más vergonzantes de su historia reciente y no hay una reacción internacional denunciándolo con contundencia. ¿Dónde están las Naciones Unidas? Apenas algunas declaraciones tibias y tardías.

¡Ay, si fueran Cuba o Venezuela!

El país del sagrado corazón está asesinando y desapareciendo el cuerpo y el alma de su valor más importante: la juventud. Una juventud educada pero ignorada, una juventud pacífica pero violentada, una juventud crítica pero criticada. Para el Gobierno colombiano solamente son una panda de vándalos.

Frente a una reforma tributaria regresiva e injusta, de momento retirada, que es solamente la punta de un iceberg de las graves injusticias sociales que se viven en el país, la población, pese a los riesgos de la pandemia, ha salido a las calles a marchar y a protestar pacíficamente. Sí, en paz. Aunque los medios, nacionales y los pocos internacionales que hablan de ello, se fijen únicamente en los desmanes de unos pocos y sean más importantes los contenedores y las vidrieras que las vidas y los crímenes del Estado y sus secuaces contra la ciudadanía inocente.

Según datos de la ONG Temblores durante estos días de movilizaciones que iniciaron el 28 de abril, y hasta el 4 de mayo, se han producido 1.443 casos de violencia policial, 31 asesinatos, 814 detenciones arbitrarias de manifestantes, 216 víctimas de violencia física y 10 de violencia sexual por parte de la fuerza pública. A eso habría que sumar las personas desaparecidas. Son cifras que alarmarían a cualquiera si los hechos fueran de cualquier “dictadura” o república bananera.  

Lo que está pasando en Colombia no es nuevo. En una tierra hermosa llena de buena gente, se ha instaurado una falsa democracia desde hace doscientos años que mantiene los privilegios de unos pocos y excluye a los muchos; se vive una guerra encubierta camuflada bajo el eufemismo de “conflicto armado”, y se sufre el asesinato sistemático de líderes y lideresas, sociales, políticas, sindicales, campesinas… Si hay un país inequitativo e injusto, y violento contra los suyos, ese es Colombia.

La nación que siempre mira al norte, al gran hermano, y sigue políticas neoliberales en lo económico y neofascistas en lo social y político. No es que nunca haya mirado al sur, al este o al oeste, es que nunca ha mirado hacia dentro; nunca se ha preocupado por los suyos, por los campesinos, por los indígenas, por los afrodescendientes, por los criollos… por sus mayores, por sus mujeres ni por sus jóvenes.

Solamente explotar y vender sus recursos para beneficio de las élites, solamente firmar tratados de libre comercio que empobrecen al país y a sus gentes, solamente gastar en armamento y olvidar la educación, la salud y la justicia. Pero la culpa es del castrochavismo, de las guerrillas, de las izquierdas en general que “quieren acabar con el país”. No, no y mil veces no. Me duele Colombia y me duele la indiferencia.

Como canta Piero, “las cosas se cuentan solas”, pero hay que contarlas, y solamente “hay que saber mirar”, pero no para otro lado. Abran los ojos los de fuera y, sobre todo, abran los ojos los de dentro. A Colombia la está matando su clase dirigente, sus familias poderosas, sus políticos corruptos y sus políticas neofascistas y mafiosas. Y la está matando las balas que sus fuerzas ¿del orden? disparan contra una población que está harta de salarios de mierda, de educación costosa, de sanidad precaria y de justicia injusta. Que está harta de estarlo, que no come más cuento y que quiere un futuro con ilusiones, esperanzas y en paz.

La desigualdad, la inequidad, la injusticia social no se arreglan mirando para otro lado y militarizando las calles del país. No se arreglan con violencia, y menos si es la del Estado y sus brazos armados. La gente ha dicho ¡basta ya! Basta ya de violencia estructural, basta de falta de oportunidades, basta de exigir esfuerzos a la ciudadanía mientras los ricos mantienen sus privilegios, basta de gastar la plata en armamento y en glifosato mientras la población tiene que sobrevivir de la economía informal y el rebusque, basta de señalar a las víctimas y disculpar a los victimarios, ¡basta ya de tanta vergüenza nacional!

Hoy la bandera tricolor colombiana está cabeza abajo: tiene menos amarillo, menos azul y mucho más rojo por la sangre derramada. Y no confundan, ni dentro ni fuera del país, el perdón con el olvido. Colombia necesita un cambio profundo adentro y también un cambio radical en la mirada de los de afuera. Hoy por hoy no es una democracia, aunque haya elecciones periódicas; no es una sociedad abierta y diversa porque se mata por ser distinto y por pensar diferente. No lo olviden cuando tengan que votar. Me duele Colombia.

Ahora, si quieren ser demócratas, firmen por un cambio y denuncien, en los medios, en las calles, en las aulas, en las empresas, en los parques, en el transporte público, en sus casas… denuncien que en Colombia los están matando y no pasa nada.

¡Vergüenza!

Hace treinta años que tengo treinta años

¡Qué curiosidad! Sí, nada y mucho. Seis décadas, doce lustros, veintiún mil novecientos quince días, contando los quince bisiestos. Sé todos los que he vivido y desconozco, por suerte, los que me quedan por vivir.

Fa trenta anys que tinc trenta anys, parafraseando a Serrat y “explotando” ese gran éxito suyo que le ha permitido seguir cantando sin dejar de cumplir, o lo que es lo mismo, pero distinto, continuar cumpliendo sin renunciar a cantar.

A esta edad ya uno sabe muchas cosas, o al menos eso se cree. Sabemos a ciencia cierta, si es que eso existe, quienes son las verdaderas amistades. Esas que están ahí, aunque no aparezcan más que para felicitarte por tu cumpleaños, si se acuerdan, y para felicitarte por el año nuevo que es más fácil de recordar. ¡Qué curiosidad!

Ya has plantado un árbol; ya has criado un hijo (a), o has cuidado una mascota, y ya has escrito un libro o algo parecido a un diario del viaje de tu vida. Ya no dices por decir, ya no evitas llamar a las cosas por su nombre ni guardas la compostura para no molestar. Ya no te miras en el espejo esperando ver qué tal estás, reconoces las arrugas que tienes, que te hablan de los caminos recorridos, y sabes que es más corto lo que te queda por recorrer, pero también cómo lo has de afrontar.

Como recita y canta el noi del poble sec en “fa vint anys que tinc vint anys” : “aún tengo fuerza, y no tengo el alma muerta, y me siento hervir la sangre. Y aún me siento capaz de cantar si otro canta” y nos reafirmamos con él en querer “cantar a las piedras, a la tierra, al agua, al trigo y al camino que voy pisando. A la noche, al cielo, a este mar tan nuestro, y al viento que por la mañana viene a besarme el rostro”. Hace treinta años que tengo treinta años, “y el corazón, aún, se me dispara, por un instante de amar, o al ver un niño llorar… Quiero cantar al amor”.

Queremos, como el Nano, “levantar la voz, por una tempestad, por un rayo de sol, o por el ruiseñor que ha de cantar al atardecer”. Y también, ¡qué curiosidad!, gritar bien alto que queremos una Colombia en paz, sin esos que ustedes saben y sin el esmad, y una España sin fascismos, solidaria y respetuosa de la diversidad.

He reído, he llorado… he leído y he cantado… he dicho y he escuchado… he querido y quiero seguir queriendo. He pensado y debatido, he defendido la razón y le he dejado espacio al sentimiento. He creído en la solidaridad y he combatido la intolerancia. En fin, que he querido estar queriendo ser, para terminar habiendo sido.

He dejado la huella sin pisar, para que el mar la borre si quiere y la vuelva a dibujar una ola despistada que no sabe que no se puede dejar dos veces la misma pisada ni tocar dos veces la misma agua.

Hoy, creo que la primera tercera parte de esta existencia se pasó sin más, y con menos, con altibajos no todos malos, no todos buenos; la segunda tercera porción se escurrió y en el camino nacieron una hija y un hijo y algunas otras cosas que marcaron mi cabeza y tal vez mi corazón, y en la tercera de las tres, que espero no sea la vencida, encontré a mi compañera, la de pa´las que sean, la de pa´siempre, que me trajo la calma después de una tormenta estival en una noche en el Caribe frente al mar. A partir de ahí, puedo decir que he ido creciendo al caminar, siendo Quijote sin lanza o un discurso de Marx, de Groucho o de Karl, ¡qué curiosidad!

Al llegar a esta edad, confirmo mi terquedad y sigo pensando que el hogar está donde esté ella, y mi gata y mi sombrero y una almohada para soñar. Siempre me siento en casa cuando estoy con ella y exiliado cuando lejos está. ¡Qué curiosidad!

Nacemos para vivir, vivimos para morir y en el camino soñar. Confieso que he tenido la suerte de nacer y también la de vivir. Que en esta vida he soñado y que algún día, no sé cuándo, soñaré que viví, que nací y que morí; y en ese recorrido, me han acompañado ella, y la palabra, y la música, y ella, siempre ella.

Por eso, además de la canción de Serrat, les quiero compartir una canción poema obra de Alberto Cortez que dice:

Les invito a que celebren haber nacido, a pesar de los pesares que pesan en este mundo tan mal parido. Porque no importa dónde estén, piensen en la suerte, buena o mala suerte tal vez, que hemos tenido de nacer y, sobre todo de crecer. Por eso también les invito a leer el siguiente poema-canción atribuido al querido y admirado José Saramago:

¿Qué cuántos años tengo?

¡Qué importa eso!

¡Tengo la edad que quiero y siento!

La edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso.

Hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso o lo desconocido…

Pues tengo la experiencia de los años vividos

y la fuerza de la convicción de mis deseos.

¡Qué importa cuántos años tengo!

¡No quiero pensar en ello!

Pues unos dicen que ya soy viejo

otros “que estoy en el apogeo”.

Pero no es la edad que tengo, ni lo que la gente dice,

sino lo que mi corazón siente y mi cerebro dicte.

Tengo los años necesarios para gritar lo que pienso,

para hacer lo que quiero, para reconocer yerros viejos, rectificar caminos y atesorar éxitos.

Ahora no tienen por qué decir:

¡Estás muy joven, no lo lograrás!…

¡Estás muy viejo, ya no podrás!…

Tengo la edad en que las cosas se miran con más calma,

pero con el interés de seguir creciendo.

Tengo los años en que los sueños,

se empiezan a acariciar con los dedos,

las ilusiones se convierten en esperanza.

Tengo los años en que el amor,

a veces es una loca llamarada,

ansiosa de consumirse en el fuego de una pasión deseada.

y otras… es un remanso de paz, como el atardecer en la playa.

¿Qué cuántos años tengo?

No necesito marcarlos con un número,

pues mis anhelos alcanzados,

mis triunfos obtenidos,

las lágrimas que por el camino derramé al ver mis ilusiones truncadas… ¡Valen mucho más que eso!

¡Qué importa si cumplo cincuenta, sesenta o más!

Pues lo que importa: ¡es la edad que siento!

Tengo los años que necesito para vivir libre y sin miedos.

Para seguir sin temor por el sendero,

pues llevo conmigo la experiencia adquirida

y la fuerza de mis anhelos

¿Qué cuántos años tengo?

Eso… ¿A quién le importa?

Tengo los años necesarios para perder ya el miedo

y hacer lo que quiero y siento

Qué importa cuántos años tengo.

o cuántos espero, si con los años que tengo,

¡¡aprendí a querer lo necesario y a tomar, sólo lo bueno!!

Ah, por cierto, y para terminar, por si no lo he dicho claro: hace treinta años que tengo treinta años. ¡Qué curiosidad! Así que, resumiendo, como escribiera Benedetti: “estoy jodido y radiante, quizá más lo primero que lo segundo y también viceversa”.

Y recuerden: “la vejez empieza cuando se pierde la curiosidad”.

¡Salud! Y feliz año.

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